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martes, enero 23, 2007

REENCUENTRO EN EL COLORADO


Camino silenciosa, por el camino a pié en el bordó amarillo de los dibujos bajo la centinela de la gran madre: la Pachamama, quien con la ayuda de devas arquitectos fueron plasmando, cada piedra, cada recoveco, cada color del arco iris pintado en Purnamarca.
Sobrecogida por la majestuosidad de las montañas al todo color, abrazada por una extraña caricia suave y honda, apunto la mirada en aquel perro rojizo, fijándose a mi rostro, con su cara alargada, noble, a la vez, desafiante, aún sin definir su cuerpo, pide en ojos observadores, terminar de surgir y salir airoso por los caminos andados.
Al lado un monje medieval luce en compañía de tres pájaros de alas blancas en su mano derecha, dispuestos a volar a la primera señal. El, tímido y maravillado, observa una nube esponjosa y rápida, surgida del espacio tiempo sin tiempo.
Cautiva en mi reja, ahora el monje sólo muestra su perfil y aquellos gladiadores romanos se atreven sugiriendo su arrepentimiento, elevando las manos al cielo vasto, transparente.
Una ave azul vuela alto, solitaria y esperanzada. Piedras más allá una planta de maíz con varios hijos espera el parto, y una golondrina bebé, se detiene en el regazo de una niña púrpura y blanca, a medio nacer, quien intenta explicarme, con voz sin sonido, su alma en embrión, creada por el amor de muchos ojos miradores de su madre descomunal, quien toda donación deja su entraña al descubierto para los escultores obreros dispuestos al trabajo en el magno taller dirigido por un maestro sabio bajo la orden de Dios.
La niña dilatada por un instante, cobra vida frente al hombre de camisa blanca y su hijo, quienes, con gestos misteriosos, le forman una falda en este mismo instante para que yo le agregue un pequeño ramo verde en el ruedo. Y esa mujer de jeans y pelo negro, petrificada por la majestuosidad, se para y señala con su mano hacia mi pecho izquierdo hasta desaparecer en mi, para volver a mi primogénito latido de basalto.
Las vidas instadas me llaman con voz potente aunque ininteligibles en el mismo presente,
y suavemente, en sigilo, me muestran algunos de mis archivos, allá en el atajo verde del pico redondeado de un cerro bajo. Puedo quizás alcanzar a descifrar unos mensajes tenues, otros se disipan en el intento, con los velos cubriendo mis aspiraciones del saber. Sigo, insisto, pregunto y de algo estoy segura, pertenecí al camino, ayudé a contornear las piedras rosas, blancas, azuladas, con inexactitud básica de la perfección, cuando era feliz al no nacer, mucho antes que decidiera experimentar en el mundo de la piel, cuando desde una ventana del cielo me obsequiaban un pincel, para pincelarlos colores dispuestos por la Madre del alma una.

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