Desde hacía poco tiempo, Laura comenzó a detectar signos específicos en su cuerpo. Si bien no tenía la claridad suficiente para determinar el mensaje que él pretendía mandarle. Sin embargo estaba segura que si podía captar el instante y la señal, comprendería mejor este dialogo inconcluso y aun pobre.
Mientras preparaba la clase de la semana para sus alumnos, si los podía llamar así, en realidad era una forma de transmitir algunos aspectos técnicos y personales que había adquirido en años de haber transitado por el camino de las letras, aunque lo más profundo a nivel humano era producto de horas y horas tratando de captar lo esencial en diferentes escuelas de misterios, donde desde hacía algunos años concurría asiduamente.
Una sensación, se dijo, suspendiendo la tarea, cerrando los ojos. Sentadas en círculo en una sala tibia aromada de incienso, las personas escuchaban la lectura, extraída de un libro azul, por un hombre de apariencia simple y bondadosa. La cual era interrumpida continuamente por otro señor calvo y bajo. “Porque nada que haga la humanidad no está controlado por la Jerarquía, acuérdense, cuando destruyeron La Atlántida”. Laura acomodó la espalda en la silla sintiendo un tenue tirón justo donde termina la comuna vertebral. La imagen aparecía algo confusa, pero, vivenció los minutos que siguieron con una molestia en el corazón. “Entonces la guerra de Irak, donde mueren tantos niños y personas inocentes, donde el poderío más grande del mundo mata a mansalva, sin importar donde apunta”. Bueno, bueno, si lo pensamos bien, tal vez sea necesaria esa guerra, comentó el de cara bondadosa”: Pero Roco, no puede querer Dios tanto sufrimiento”. Es necesario, respondió él.
En un intento de tener más claridad en sus pensamientos, se levantó dirigiéndose a la cocina, encendió una hornalla con la intención de calentar agua para el mate. Luego, llenó la pava de agua y la colocó en la apagada. Volvió a sentarse cerrando los ojos, colocando sus manos en cada lado de la cabeza, las apretó fuerte como para dar un orden central a los pensamientos devoradores, confusos, desordenados. Me duele la cabeza, siento como un rompecabezas que me grita como armarlo y no puedo, no puedo. Respiró recordando una frase que escuchó en un curso en el centro de Noelia, donde participó por haberse ganado la beca. Rara, pero beca al fin. “Soy clara”: repetía, lo que alguna vez la ayudó un poco. Pero ahora, parecía no aliviarla en lo más mínimo.
Acomodó la espalda, descruzando las piernas, apoyando las plantas de los pies en el piso, con las manos en el regazo: “Debo centrarme en mí, no hay otra, tengo que buscar mi propia sintonía”, se dijo, tratando de relajarse, lo que consiguió paulatinamente. Pasados unos segundos, notó, que casi no sentía el cuerpo, sólo registró una leve tensión en los hombros, tensión crónica, ya que no había día, del cual no sentía ese dolor.
Despacio colocó las manos en la zona afectada masajeando con los dedos, en forma circular los dedos de izquierda a derecha. Tratando de aflojarse entera, tomó conexión con la respiración. Por un instante se quedó en blanco.
-Escuchame Laura, ¿vas a ir al forum de Williams?
La voz, dulce y pausada de Edith, la alegró en medio del desorden de papeles y conversaciones entrecortadas de sexo de sus eventuales compañeros. Conversaciones que en ocasiones le causaban alguna que otra risa, dejándola triste al instante.
-Eh, no sé ¿cuándo? La verdad, bueno –continuó frunciendo el entrecejo, captando una molestia, sin ubicar bien donde.
-Bueno, linda, yo te pregunto nomás. Vos hace lo que te guste –comentó Edith como disculpandose.
-Había pensado ir a la laguna y, porque necesito tomar aire puro, el contacto con la naturaleza.
-Está bien, pero como es una sola vez al año, pensé...
-Bueno, después te digo. Igual ya sabés lo que pienso de ese Williams.
-Si, pero siempre es bueno estar con grupos espirituales. Y alguna enseñanza dejan.
Hacía dos horas que intentaba dormir, sin lograrlo. Los pensamientos, ideas, imágenes, impotencias viejas, enclavadas en lo profundo, salían a borbotones, sin piedad, acosándola, en una confusa turbación sin medida. “Dios mío, ¿cómo puedo hacer para que me dejen tranquila, en paz?”. Intentó un ejercicio de alquimia, alejando estos pensamientos, con una firme voluntad de substituirlos por otros. Imaginó una carpa abrigada, con bolsas de dormir, un calentador de alcohol, mate y pava. Libros, lapiceras y una tenue melodía salida de una radio pequeña. Ella miraba, ahora el paisaje quebradeño, donde los colores le resultaban dolorosamente bellos. Ese rojo fuego, ese azul verdoso, en medio de tanta inmensidad, de misterios pequeños dioses, duendes, y algún coquena inofensivo jugaban a la escondida, a pura risa porque ella no los podía ver, sin embargo presentidos y vivificados.
Unos momentos más tarde, abrió los ojos, tomando conciencia que se estaba relajando, próxima a dejarse llevar por el sueño.
“Uy, recién cierra el quiosco, ¿qué hora será?. Pensé que dormí una enormidad, y apenas fueron dos horas”. Suspirando y dando vueltas y vueltas en la cama, los pensamientos poderosos se acumulaban en un torbellino confuso, acuciante, envolviéndola desde los pies a la cabeza. Pensó en levantarse, encender la televisión, pero se quedó inmóvil, prestando atención a su cuerpo; notó tensión en sus piernas: las aflojó, también sus brazos estaban duros, como así sus manos que estaban apoyadas al lado del cuerpo en posición de puño. Lentamente fue destencionando. Sintiendo un agradable alivio. Suspiró sonriendo.
Segundos después, otra vez la catarata de pensamientos: “Ya hace cinco meses que trabajo en la editorial y me pagaron dos, y no se sabe cuando, intuyo que no me van a pagar nunca, ya sé, ya sé, lo sabía casi cuando entré por Titina, la tía del jefe, cuando me dijo que me lo decía porque le parecía una buena persona, además de ser talentosa, y no me merecía estar ahí. ¿Cómo voy a hacer?. Mañana me vence la luz. ¿Y si vuelvo a hablar con Sergio? Ay, no, siempre igual, me va a decir que no tiene plata, o me dice: pasado mañana y ese pasado mañana nunca llega. Es así, nunca se solidariza conmigo, prefiere ayudar a otros, menos a mí. Dios mío, tan mala madre fui. Y estas lágrimas, igual me hacen bien. Pienso en Sergio, no puede manejar la ansiedad, vive nervioso. Y cuando le digo: llamá a tu psicóloga, me dice: bueno, cuando la necesite la llamo. Con esa pareja, tan cómoda, loca. Y me dicen, todos me dicen que está explotando la empresita que es nuestra también, esa empresa me costó lágrimas, mucho dolor cuando lo armamos con el padre. Dio mío, ¿porqué tuvo que morir así, ido, suicidándose de a poco?. No, no, estos pensamientos me matan. Quiero paz, paz” se dijo, colocando la mano en las sienes, que palpitaban, como si las golpearan con un martillo dentro de la cabeza.
-Tenés una cara, ¿qué te pasa? - comentó Edith
- Me duele horrores, me laten terriblemente las sienes.
- Querés una aspirina?
- No, igual no me hace ningún efecto.
- ¿Y, te gustó la conferencia?
- Mirá, Laura, la verdad, si, si me gustó, cuando habló que somos luz y podemos acceder a los maestros.
- Si, pero yo no entendí bien el ciclo de las reencarnaciones, lo del átomo permanente, ah, ya sé, cada plano, por ejemplo el físico, el emocional, el mental, está compuesto por un átomo, que al desencarnar, queda impreso en el archivo cósmico.
-No sé en medio complicado – comentó Edith cerrando los ojos- pero me gustó lo de la luz. Además siempre es bueno estar con gente de la espiritualidad. La vida se hace tan pesada, la humanidad es acuciantemente caótica.
- Eso que dijo del advenimiento y el padre, te digo que no fue muy explícito que digamos.
- Bueno, no sé, encima con este dolor, me tiene podrida, ya sé que es emocional.
-Por qué no tratás de practicar la respiración que nos enseñó Carlos?
-Cuál Carlos?
-El del grupo Luz.
Cansada de dar vueltas en la cama, decidió levantarse a tomar un vaso de agua, al beberlo comenzó a llorar desconsoladamente: “Mejor, pude sacar algo de este peso que me oprime el pecho. Creo que soñé o no sé tal vez imaginé a mis padres, con todo su sufrimiento. Pobre mi mamá, su eterno exilio, su angustia crónica. Ay tengo una puntada en el estómago”. Con al mano derecha en el pecho se acostó pasando la izquierda debajo de los ojos “ya se secaron, será que están cansados de muchos años de llorar y llorar, para nada.”
No habrían pasado ni dos horas, se sentó en la cama con un agudo dolor en el mismo lugar.
Apretó las sienes con los dedos del medio. Luego despacio aflojó y comprimió varias veces sin obtener ningún alivio. Sin darse cuenta otra vez estallaron lágrimas, esta vez producidas por el dolor agudo y fuerte. Fue hasta el baño, y comenzó a mojarse la cabeza con desesperación. Recordó a un analgésico que dejó su hijo en la mesada de la cocina hacia ya tiempo. Lo tomó con avidez, luego de luchar con el envoltorio plateado que resguardaba el comprimido. “Sé que son venenosos, que detienen más o menos el síntoma, pero la afectación sigue su curso o quizás lo empeora. Ay Dios te pido que hagas que se pase este dolor”
Cerca de las ocho de la mañana logró dormitar “Justo cuando tengo que levantarme”.
-Hola Edith, no pude dormir nada anoche. Me estallaba la cabeza, parece como no pudo resistir.
-Igual yo, tampoco pegué un ojo.
-Te dolía algo?
-No, son muchas cosas que me pasan y se ve que no puedo digerirlas, pero dolor: no.
Al cortar sintió fastidio por Edith, por ella misma, por su trabajo inoperante, por su hijo, por la claridad del día, por los árboles, por su físico. Presa de una sensación densa, a la que no encontró palabra para definirla, miró por la ventana“Sé que va a pasar, el cielo se ve tan azul. Dicen que es una entidad y si logramos introducirla dentro nuestro pasa cosas”
Detuvo sus ojos en el azul celeste, donde no aparecía ninguna nube ni nada enturbiador: “Estoy cubierta, apaciblemente resguardada, me acaricia suave, hermoso, gracias por estar viva. No siento la pesadez del cuerpo, soy etérica”.
- Hola, hola, Sergio como estás?
- Ah, ¿que hacés? Mal. ¿No cobré el laburo de Córdoba, y me están por cortar el teléfono.
- Estamos hablando Sergi.
- ¿Y? Te dije que me lo están por cortar.
- Te llamo para saber como estás, ya que no sé nada de vos desde hace tiempo.
- Bueno, bueno, a la noche paso. Ahora me tengo que ir a ver un trabajo. Chau.
Laura, cortó cerrando los ojos, desde donde brotaron lágrimas imparables. “Otra vez este dolor en la boca del estómago, un dolor raro, como si viniera desde las profundidades”. Luego de un profundo sollozo, cargado de pesadez angustiosa, recordó que tenía hora con el médico.
Después de escribir sin mirarla, levantó el rostro y le preguntó en forma automática que le pasaba.
- Sufro de dolores de estómago, acá en la boca, es un dolor hondo, no sé. A veces tengo como si fueran cólicos – dijo mirando el médico, quien presentaba una nariz venosa y colorada.
- ¿Es nerviosa usted?
- Sí, pero trato de contenerme, no grito, hago yoga.
- Ah, ah. Bueno, tiene que hacerse unos estudios, tal vez una hernia. Y también los intestinos, pólipos, que andan molestando.
- ¿Tuvo algún disgusto? Le voy a recetar una pastillas para el dolor.
- Eh, no, bueno sí, uno siempre tiene problemas.
Con dos papeles amarillos en la mano se detuvo a las tres cuadras del dispensario municipal, (donde un hervidero de gente rezongaba y discutían medicamentos y atención), para leer mejor las letras casi incomprensibles que dibujó el medico. “Es mucho lío, estos estudios del estómago, uy no le dije los otros síntomas. Quiero llegar, por ahí viene Sergio, es lo que dijo, pero nunca cumple”.
- Hola Chuchi, que raro, venís a esta hora. ¿Qué te pasa, con esa cara?
- Un día le pego un tiro, las mujeres son todas iguales. Son locas.
- No digas eso, no todas son como ella, además casi no tuviste otras novias. Estás desde muy chico.
- Que no, que no. Bueno me voy, dijo mientras atendió el llamado del celular.
- No te deja tranquilo ni un minuto.
- Luego de balbucear una palabras ininteligibles, se levantó rumbo a la puerta de calle.
- Esperá Sergio. Quedáte a tomar unos mates.
- -No, mañana vengo.
- Ella te tira abajo, no te ayuda. Pero decime, seguís consumiendo.
- No, ojalá así estaría mejor.
- -No digas eso. Decime la verdad.
- Si querés creerme , creeme si no me da lo mismo.
Al intentar dormir, la imagen de su nuera, gritando, echándola de la casa que Laura le había dejado a su hijo. Se preguntó el porqué del enojo “Ah si, porque le dije que cuidar dos perritos y dos gatas no era nada. Ella no trabaja, ni hace nada, a gatas la comida a Sergio, cuando no comen fiambre, y vive llena de todo. Dios mío, eso está bien, pero el egoismo, la incomprensión, yo traté de ayudarla en todo, con grupos de ayuda para familiares, la llevé, la presenté, y jamás hizo nada”. Pensaba, pensaba, hasta que una tenue claridad comenzó a filtrarse del espacio faltante de la ventana, que nunca pudo restaurar.
Luego de pensar y repensar en la situación “incomprensible, si sólo trato de ayudarla, Dios mío, lo que más me duele la violencia con la que me gritó, y la mano que me señalaba la puerta. Y no puede hacer nada con mi hijo. Aunque sé, que ponerle límites y darle mucho amor, es lo que intento, pero a veces me vacío. Y tengo miedo, mucho. Ay la cabeza, me estalla”.
- Hola, buen día, Laura, ¿cómo te va? Tenés una cara.
- Hola Titina, es que casi no pude dormir. ¿Sabe si pagan hoy?
- Ni lo sueñes. Yo te lo avisé. Yo tampoco pude dormir.
- ¿Por qué?
- Y que sé yo, me viene pensamientos a la cabeza, me acuerdo de cosas, además me sentía media descompuesta.
- ¿Qué le pasó?
- Ni idea, me dolía todo, bueno ando siempre dolorida. También con este (refiriéndose a su sobrino que acababa de entrar).
- Bueno la dejo, tengo que escribir unas frases para el día de la paz –dijo Laura mientras comenzaba a sacar la funda de la computadora.
- Segundos después cerró los ojos para concentrarse mejor para pensar las frases “Díos la cabeza. Pero ya sé, son las emociones indigeridas que me provocan el latido en las sienes, la bronca, lo que no digo. Y más, más, es infinito enumerarlas, además debe haber mil que no sé ubicarlas y ponerle nombre. Ahora, bueno a ver las frase: la paz es el mayor anhelo del hombre. Ya tengo una.