La seguridad del sueño
Llegó apurada, hambrienta, se agachó delante de la puerta para recoger una de las tantas bolsas que traía en su brazo derecho. Como de costumbre, antes de tomar el ómnibus, entraba al supermercado y compraba la comida para ese día, no solo para ella sino también para su perra y cuatro gatos, que ahora la rodeaban con ladridos, maullidos hambrientos y alegres. “Basta, esperen, por favor, déjenme entrar”, les dijo con un tono de voz que ellos ya conocían, sin embargo esta vez, no le hicieron el menor caso.
Suspirando resignada, colocó la llave en la cerradura, al mismo tiempo que la perra intentaba atacar a Toquiño, “Nina, dejalo, Nina, vení acá” ordenó. El animal se le acercó y comenzó a lamerle los tobillos.
Volvió la atención a la llave y comenzó a hacerla girar para abrir la puerta, sin lograrlo, volvió a intentarlo: nada. Sacó la llave, conteniendo una palabrota. La volvió a la cerradura, volviéndo a intentar: nada. “Ay Dios, ¿qué pasa?", se preguntó mirando al cielo desde donde caían unas gotas heladas que frenaban en su frente y hombros.
Y otras vez la maniobra en la lucha de llaves, cerraduras y palabras a medio decir, pero la puerta permanecía cerrada ajena al hambre, al frío, al cansancio.
Permaneció un rato, entre el maullar de los gatos y el ladrido de la perra, que cansada ya no lamía ni la mirada con ojos dulces, como acostumbraba a hacer cada vez que volvía del trabajo.
Casi temblando volvió a intentar abrir la puerta, pero el esfuerzo resultó en vano. A punto de llorar, dejó las bolsas de polietileno e el piso, cerró los ojos unos instantes, sintiendo una ráfaga cálida. Colocó la mano en medio del pecho acordándose de la veces que tuvo que llamar al cerrajero y nunca pudo solucionar el problema como corresponde. Del día que no pudo entrar y... de la otra vez que no tenía plata y rompió un vidrio...”Pero, sin embargo esta vez, voy a entrar, sin muchos problemas, el sueño fue... voy a buscar a Tito, ojalá que no esté durmiendo, y lo encuentre con buen humor. Aunque el otro día no pudo. Está vez, sí, sé que sí”.
Todavía no me acosté, porque tu amiga, o sea mi señora está preparando pan de carne y se le hizo tarde, le decía Tito mientras colocaba la llave en la cerradura. “Perdón que te molesté pero, tengo que entrar”. “Sácame los gatos de encima, a la perra dejala, es mi amiga”.
“Ojalá puedas, ¿vas a poder?". “Estoy intentando”.
Pasaron unos minutos, sin que nada ocurriera, solo el sonido de hierros y suspiros. Ella entonces acotó algo que molestó al hombre, quien la miró con seño fruncido. “Calmate, estoy haciendo lo que puedo”. “Sí, sí, claro, pero... , no, tenés razón", balbuceó cuando de pronto sintió una seguridad y calma que la hizo sonreír.
“¿Qué pasa?”, preguntó el hombre. “Ahora lo vas a logra, ahora” “Ojalá” repitió él sacando y metiendo la llave.
“¡Gracias Tito yo sabía!”
Unos instantes después, mientras llenaba los platitos de los animales: “Vieron chicos, estaba segura; los sueños son mis sueños”.